miércoles, 23 de enero de 2008

La hija de Jefté


La hija de Jefté

Léase: Jueces 11:29, 34, 40; Hebreos 11:32

No podemos admitir que Jefté sacrificara la vida de su hija para quemarla en holocausto a Jehová. Esto es inconcebible dentro del marco de la ley mosaica y de las tradicionaes de Israel como nación. Jehová no era un moloc al cual los padres sacrificaran sus hijos sobre un altar. Hay abundantes puntos en la historia misma, tal como nos la narra la Biblia para que podamos interpretar el sacrificio de la hija como un apartamiento y renuncia a conocer varón, o sea al matrimonio. En otras palabras, que como consecuencia del voto de su padre, Jefté, la hija fue dedicada al servicio del tabernáculo, y alli pasó el resto de sus días, segregada de sus amigas y su familia.

No tenemos derecho a imponer el relato pagano de Ifigenia, de la mitología griega, sobre una narración bíblica.

Jefté acababa de derrotar a los amonitas, la cumbre de su carrera como juez de Israel. En un momento de ofuscación pronunció juramento de que sacrificaría a cualquiera que saliera por la puerta, a su llegada de la victoria, para darle la bienvenida y felicitarle. Estas palabras precipitadas fueron la causa de que se viera privado de la compañía de su hija durante el resto de su vida. Vemos también a la hija como víctima del voto de su padre.

Lo que más choca a nuestra mentalidad moderna es el que, sin ocultar su tristeza por el hecho, acepta volutariamente su destino. La hija de Jefté no era una joven que pudiera en una efusión de misticismo decidir excluirse del mundo y pasar el resto de su vida en una celda. Era una joven alegre, vivaracha, Ilena de entusiasmo y energía. Reune a las muchachas de Mizpa, al saber que su padre regresa, y sale a recibirle con panderos y danzas. Vemos en ello un impulso a alabar a Dios a través de la victoria de su padre.

La historia nos sugiere que había llegado a Ia edad en que las muchachas acostumbraban casarse. No era, pues, todavía una mujer madura. Pero sí nos Ia pintamos llena de gracia y atractivo.

Pero las palabras de su padre caerían como un mazazo sobre su mente: «Ay, hija mía!, en verdad que me has abatido, y tú misma has venido a ser causa de mi dolor.» Luego le comunica el voto que había hecho y el destino que por consiguiente le correspondía. Jefté mismo es el primero en sufrir el impacto de la tragedia, pues esta era su única descendencia, no tenía otra hija ni hijo alguno.

¿Cuál fue Ia reacción de su hija? Es indudable que no se dirigió a su reclusión con alegría. Con serenidad, pero sinceramente le dice: «Padre mío, Si le has dado palabra a Jehová, haz de mí conforme a lo que prometiste.» No pidió sino una gracia: «Concédeme esto: déjame que por dos meses me vaya a vagar por los montes y llore mi virginidad con mis compañeras.»

Su padre le concedió este período de gracia. Y ella se dirigió a las colinas cercanas con sus amigas. Allí procuró hallarse a sí misma, y ajustarse para el nuevo estilo de vida.

Habría querido casarse y gozar de la vida de modo pleno. Pero le fue negado. El curso de sus años transcurrió separada de los suyos, ocupada probablemente en tareas monótonas y rutinarias. Esto fue el mayor sacrificio que podía hacer, el de su vida como algo propio y personal. Pero no se quejó y lo aceptó sin resentimiento: una vida recluída y resignada.

Preguntas sugeridas para estudio y discusión:

1. ¿Crees que Jefté cumplió su voto a Dios?

2. ¿Crees que después de haber hecho Dios tanto por nosotros tenemos que hacer votos así? ¿Son para nosotros o para otros?

3. ¿Qué desea Dios que aprendamos de este relato?

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