sábado, 25 de agosto de 2007

Devocional (8) 06, de Agosto de 2007

AGOSTO 6, 2007
Limitaciones inexistentes
El tamaño de nuestros recursos no establece la diferencia entre el éxito y el fracaso de un proyecto.

«Banquete en el desierto» - La alimentación de los cuatro mil
Título: Limitaciones inexistentes
Texto Bíblico base: Mateo 15:32-38

La primera reacción de los discípulos ante la preocupación que Cristo les compartió fue señalar su imposibilidad de hacer algo al respecto. Fue como si ellos le estuvieran diciendo: «Señor, entendemos tu carga y nosotros también la compartimos, pero? debes reconocer que nada de lo que nosotros podamos aportar a la situación de ellos será significativo. Es mejor que simplemente sigamos nuestro camino». De este modo, la oportunidad de realizar un aporte fue descartada aun antes de que se hubiera dado un solo paso en esa dirección. Sin lugar a duda el obstáculo más grande a nuestra participación en los proyectos de Dios se relaciona con las barreras que ya existen en nuestra propia mente. ¡En cuántas situaciones similares de aflicción y necesidad hemos optado por la resignación o por considerar como insignificante nuestro aporte! No obstante, la disposición de involucrarnos es, quizás, la decisión más importante que debemos tomar en una situación que requiere de la intervención solidaria por otros.

Sospecho que Jesús deseaba conducir a sus discípulos a reflexionar sobre un principio básico relacionado con los asuntos del reino: que el tamaño de nuestros recursos no establece la diferencia entre el éxito y el fracaso de un proyecto. Es comprensible la respuesta de los Doce cuando comparamos la enormidad de la necesidad y lo diminuta que resultaba la provisión en sus manos: siete panes y algunos pececillos. El principio que determina el desenlace exitoso de los proyectos del Señor, sin embargo, no se halla en la cantidad de recursos con que cuentan los que participan en ellos, sino en el tamaño del Dios en cuyas manos se depositan esos escasos recursos. Cada vez que creemos que nuestra provisión es demasiado pequeña, escasa o insignificante afirmamos que nuestra fe no está puesta en el Señor, sino en esos recursos.

Imagino que el proceder de Jesús dejó aún más perplejos a los discípulos que veían que, a pesar de sus protestas, él seguía sin entender la inutilidad de intervenir en la situación. Cristo, sin embargo, «mandó a la multitud que se recostara en el suelo; y tomó los siete panes y los peces y después de dar gracias, los partió y empezó a darlos a los discípulos, y los discípulos a las multitudes». Su proceder nos muestra que el plan de Dios avanza, a pesar de nuestras objeciones. Nuestra timidez no lo desanima ni lleva a que naufraguen sus propósitos, pero sí logra que nos perdamos de la aventura de caminar con él, pues nuestra actitud nos ha relegado a un rol de espectadores. Aún cuando estemos cerca de la acción, nunca resulta tan apasionante ver a otro avanzando con paso firme como lo es el poder hacerlo uno mismo.

No es claro en qué momento se produjo el milagro. Lo más probable es que los discípulos no se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo hasta notar que no terminaban de repartir los siete panes y los pececillos. De todos modos, en algún momento debe haberse apoderado de ellos el asombro. ¡Tan grande multitud no había resultado obstáculo después de todo!

El evangelista concluye la historia de manera singular. ¿Qué hicieron los discípulos luego de que todos comieron? ¿Por qué incluye este detalle?

Devocional (7) 05, de Agosto de 2007

AGOSTO 5, 2007
Perspectivas limitadas
Dios no espera de aquellos que están ocupados en los asuntos del reino que contabilicen los recursos que ven al alcance de las manos, porque saldrán decepcionados todas las veces.

«Banquete en el desierto» - La alimentación de los cuatro mil
Título: Perspectivas limitadas
Texto Bíblico base: Mateo 15:32-38

Es interesante notar que Jesús consideró sabio compartir su carga con los discípulos, aunque sabía bien que ellos nada podían hacer al respecto. Los más pragmáticos entre nosotros dirían que este ejercicio es una pérdida de tiempo, pues de todos modos la intención de Cristo es obrar sin la ayuda de sus discípulos. Debo confesar que durante años también me aferré a ideas similares y que ese modelo de ministerio me llevó a realizar en soledad muchas de las tareas ministeriales. Observamos, no obstante, que Jesús siempre tenía presente el reto de formar a los Doce para la obra del ministerio, aun cuando estuviera inmerso en momentos de intensa inversión en las multitudes que continuamente lo buscaban. En este sentido, entonces, nunca consideró como pérdida de tiempo el involucrar a otros en lo que estaba haciendo, pues cada situación proveía valiosas oportunidades para enseñar los principios del reino.

Para entender el valor de este proceso es importante recordar que, por su carácter experimental, gran parte de la enseñanza de Jesús a los Doce se lograba no tanto en una cátedra, sino más bien al sacar ventaja de la experiencia cotidiana para crecer en la fe y profundizar en las reflexiones sobre el reino. Para un líder, entonces, resulta considerablemente útil que forme el hábito de llevar siempre consigo a algunos de sus colaboradores más cercanos a las actividades que comprenden su ministerio. De este modo podrá aprovechar al máximo la infinidad de situaciones que se presentan en el curso de una tarea para incorporar las más valiosas lecciones sobre el ministerio.

En el texto de hoy la pregunta de Cristo confronta a los discípulos con un problema para el cual no encuentran una solución, una realidad muy común en el ministerio. La respuesta de los discípulos no ha de sorprendernos, porque en muchas ocasiones hemos reaccionado de igual manera: «¿Dónde conseguiríamos nosotros en el desierto tantos panes para saciar a una multitud tan grande?» En esto se ajustaron al hábito que tenemos, como personas, de mirar cada desafío desde una óptica netamente humana. Su conclusión, además, es acertada porque no había en el desierto recursos para saciar la necesidad de semejante muchedumbre de personas. Mas Dios no espera de aquellos que están ocupados en los asuntos del reino que contabilicen los recursos que ven al alcance de las manos, porque saldrán decepcionados todas las veces. ¿Acaso Abraham frente a la esterilidad de Sarah, Moisés en su condición de tartamudo o Jeremías con su juventud no vieron sus barreras particulares como una verdadera limitación para la obra que se les confiaba? ¡Los recursos materiales para emprender un proyecto espiritual siempre son más que escasos!

Jesús entonces les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis? Y ellos respondieron: Siete, y unos pocos pececillos». ¿Cómo hubiera reaccionado usted ante esta pregunta? ¿Acaso no le suena como innecesaria? La respuesta de los discípulos pareciera confirmar el veredicto que ya habían entregado al Mesías, de que no encontraban recursos en ese lugar. No obstante, ya he señalado en esta serie que Jesús nunca hace preguntas innecesarias. Quisiera invitarle a que medite sobre esta pregunta y trate de discernir por qué Jesús se la planteó a los Doce.

Devocional (6) 04, de Agosto de 2007

AGOSTO 4, 2007
Fe con obras
A diferencia de la lástima, la compasión traduce el sentimiento de angustia por la necesidad del prójimo en una acción concreta que busca aliviar dicha situación.

«Banquete en el desierto» - La alimentación de los cuatro mil
Título: Fe con obras
Texto Bíblico base: Mateo 15:32-38

El apóstol Santiago, quien probablemente escribió la primera epístola del Nuevo Testamento, confrontó a la iglesia naciente con algunos asuntos netamente prácticos relacionados al ejercicio de la vida espiritual. Con el estilo directo que lo caracteriza, pregunta a sus lectores: «¿Si un hermano o una hermana no tienen ropa y carecen del sustento diario, y uno de vosotros les dice: "Id en paz, calentaos y saciaos", pero no les dais lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta» (Stg 2.14?17). La fe de tal persona no tiene vida, afirma Santiago, porque las obras son la evidencia más tangible de un corazón trabajado por Dios. Estaba preocupado de que la Iglesia se inclinara hacia una espiritualidad egoísta, que excluía del ejercicio de su fe las acciones concretas de amor hacia los demás. Esta misma actitud había caracterizado al pueblo de Israel durante siglos.

En el pasaje que consideramos esta semana podemos encontrar el origen de la convicción que movía el corazón del apóstol, el ejemplo mismo de Jesús. El incidente que relata el evangelio de Mateo seguramente es representativo de decenas de situaciones similares en las que los discípulos tuvieron oportunidad de ver cómo el espíritu tierno de Cristo se traducía en acciones concretas hacia aquellos que estaban a su alrededor.

El evangelista nos dice que, «entonces Jesús, llamando junto a sí a sus discípulos, les dijo: Tengo compasión de la multitud, porque hace ya tres días que están conmigo y no tienen qué comer; y no quiero despedirlos sin comer, no sea que desfallezcan en el camino» (v. 32).

Debemos notar, al pasar, el asombroso compromiso de la multitud con la persona de Cristo, pues habían estado con él en el lapso de tres días. Es evidente que durante ese tiempo las personas no habían tenido oportunidad de volver a su casa ni de procurar algún alimento. Esta clase de comportamiento siempre ha sido la evidencia más clara del obrar soberano de Dios, pues la intensidad del momento espiritual lleva a que los participantes pierdan la noción del tiempo y desatiendan aun sus necesidades más básicas. Algunos, incluso, podrían haberse sentido tentados a descartar estas necesidades como molestas distracciones frente al mover de Dios. Sin embargo, la situación no escapó de los ojos acuciosos de Jesús y fue movido a compasión.

La compasión es una de las características que distingue a la persona cuyo corazón ha sido tocado por el amor de Dios. A diferencia de la lástima, la compasión traduce el sentimiento de angustia por la necesidad del prójimo en una acción concreta que busca aliviar dicha situación. En este caso, Cristo reunió a sus discípulos con un doble propósito, además de señalar la premura de la gente, también pretendía movilizarlos a la acción.

El proceder de Jesús está plenamente alineado con el corazón bondadoso del Padre. Encontramos una expresión típica de su ternura en Deuteronomio 15.7 y 8: «Cuando haya algún pobre entre tus hermanos en alguna de tus ciudades, en la tierra que Jehová, tu Dios, te da, no endurecerás tu corazón ni le cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano liberalmente y le prestarás lo que en efecto necesite».

¿Por qué Jesús compartió con sus discípulos la necesidad de la multitud? ¿Cuál fue la reacción de ellos?, ¿qué revela esta acerca de la perspectiva de los discípulos?

Devocional (5) 03, de Agosto de 2007

AGOSTO 3, 2007
Ser discípulo, parte V
El Hijo de Dios nos llama a ser copartícipes en la vida, no espectadores pasivos que esperamos con resignación algún golpe de «suerte» que nos permita mejorar la calidad de nuestra existencia.

Dramática revelación - Jesús confirma que es el Mesías
Título: Ser discípulo, parte V
Texto Bíblico base: Mateo 16:13-28

Hemos estado considerando, en estos días, la descripción de Cristo en la que presenta los requisitos para aquel que desea ser su discípulo. Mediante el uso de expresiones que no dejaban lugar a la duda en cuanto a su significado, aclaró que aquellos que elegían seguirlo debían estar dispuestos a pagar el precio: un sacrificio tanto personal como social. Como mencioné en el devocional de ayer, más de uno podría pensar que el precio era demasiado excesivo en comparación al beneficio obtenido.

Para remover toda duda al respecto, Jesús escogió ampliar el sentido de sus palabras, ofreciendo una explicación adicional sobre los frutos, a largo plazo, de un sacrificio momentáneo en la vida de quienes lo seguían. «¿De qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué dará el hombre a cambio de su alma?, porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras».

Sus palabras resaltan el hecho de que muchas veces nuestras decisiones se basan en los beneficios inmediatos que vamos a obtener, pero dan poca consideración a las consecuencias que solamente se verán con el pasar del tiempo. Podríamos, por ejemplo, callarnos la boca frente a algo inmoral en el trabajo para no perder el afecto de nuestros compañeros, desatender a nuestros hijos por asegurar el bienestar económico de la familia o improvisar nuestra clase de Biblia para no perdernos algún capítulo de nuestra telenovela favorita. En cada una de estas decisiones habremos asegurado un bien momentáneo a costas de un perjuicio a largo plazo. En el trabajo, por ejemplo, tendremos amistad, pero no respeto. En la casa tendremos bienestar económico, pero nuestros hijos serán como extraños para nosotros. En el ministerio de enseñanza habremos entretenido a la gente, pero no impactado sus vidas.

Jesús deseaba ayudar a los discípulos a entender que la decisión de darle la espalda al mundo y los valores que sostienen el sistema perverso que la conforma tiene consecuencias eternas. Podremos perder prestigio, convirtiéndonos en objetos de burla, rechazo o persecución, pero la decisión tomada alimentará y fortalecerá nuestras almas, que es la única parte de nuestra humanidad que perdura para siempre. La gran tragedia que acompaña el aparente «progreso» del hombre es que cada vez descuida más el aspecto espiritual de su existencia, el cual es indispensable para experimentar una vida plena y abundante.

La invitación a convertirse en discípulo de Cristo constituye algo mucho más profundo que la decisión de descartar algunos elementos que no aportan nada a nuestra existencia. Es una invitación a vivir la vida en serio, asumiendo el rol de participantes en la aventura que nos ha sido preparada. Es un llamado a proclamar que Dios nos llamó a ser, antes que hacer. El Hijo de Dios nos llama a ser copartícipes en la vida, no espectadores pasivos que esperamos con resignación algún golpe de «suerte» que nos permita mejorar la calidad de nuestra existencia. «Síganme a mí», nos dice Jesús, «y la vida jamás resultará aburrida o insulsa». No tenemos más que mirar sus tres años de ministerio entre los judíos para darnos cuenta de que esta es una invitación que vale la pena aceptar.

Devocional (4) 02, de Agosto de 2007

AGOSTO 2, 2007
Ser discípulo, parte IV
La esencia de la vida espiritual no la definen las actividades que realizamos sino la calidad de la relación que tenemos con la persona que nos está guiando, Jesús.

Dramática revelación - Jesús confirma que es el Mesías
Título: Ser discípulo, parte IV
Texto Bíblico base: Mateo 16:13-28

En la descripción más clara que ofrece Cristo acerca de las condiciones para ser verdadero discípulo, no deja dudas de que implica una disposición al sacrificio. Este sacrificio proviene del compromiso de darle la espalda a todo lo que uno considera importante para consigo mismo, como también de sufrir toda clase de oprobios por haber escogido identificarse con el estilo de vida que propone el Hijo de Dios.

El Señor deseaba que las multitudes tuvieran claridad sobre lo que les proponía. En un texto similar, en el Evangelio de Lucas, Jesús dijo: «Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que, después que haya puesto el cimiento, no pueda acabarla y todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él» (Lc 14.28?29). La ilustración revela que el proceso de evaluar la decisión por tomar es importante, algo que muchas veces está ausente cuando presentamos el evangelio a otros.

Si las palabras de Jesús solamente hubieran hecho referencia al elemento de negación y persecución bien podríamos exclamar: «¿Y qué beneficio tiene esto para nosotros?» Una primera lectura pareciera enfatizar que ¡somos, claramente, los perdedores en esta invitación! Al elemento de sacrificio, sin embargo, Jesús le añadió esta simple exhortación: «síganme».

La invitación cambia radicalmente la naturaleza de la propuesta. Nada de lo que experimentemos en el camino lo tendremos que enfrentar solos, pues Jesús estará con nosotros. Lo que nos toque vivir a nosotros también lo vivirá intensamente él, pues nuestras vidas estarán íntimamente ligadas. Tampoco experimentaremos la confusión y el desconcierto de no saber cuál es el camino a seguir, pues Cristo habrá asumido esta responsabilidad por nosotros. Nuestra parte consistirá en mantenernos, simplemente, cerca de su persona. A la vez, esta cercanía nos ofrecerá nuestra mejor oportunidad de observarlo a él, imitando el ejemplo que nos ofrece, asimilando las actitudes que demuestra mientras avanza por los lugares que el Padre le indica.

Es necesario resaltar, también, que la clase de relación que implica esta invitación no es momentánea ni esporádica, aunque muchos de nosotros concebimos la vida espiritual en estos términos. Si meditamos por un instante en el término «seguir» podremos entender lo errada que es nuestra perspectiva. No seguimos a Jesús una hora por día, durante el devocional, para que él, luego, nos diga: «ahora, dedícate a tu vida secular. Cuando vuelvas a la noche, puedes una vez más venir a seguirme». La invitación es a ir en pos de él todo el día, todos los días, dondequiera que vayamos y cualquiera sea la tarea que estamos realizando. Él no deja de guiarnos porque estamos en una empresa que no es cristiana, pues somos discípulos a toda hora y en todo lugar.

La esencia de la vida espiritual, entonces, no la definen las actividades que realizamos sino la calidad de la relación que tenemos con la persona que nos está guiando. A mayor fidelidad en la experiencia de caminar con él, mayor será la evidencia de su presencia en nuestras vidas. Cristo explicó por qué estableció estas condiciones para seguirle. ¿Qué beneficios describen en los versículos 25 y 26? ¿Qué contraste presenta entre un estilo de vida y el otro?

Devocional (3) 01, de Agosto de 2007

AGOSTO 1, 2007
Ser discípulo, parte III
El sufrimiento, aunque difícil de experimentar, es una de las marcas que distingue y confirma la condición de discípulo.

Dramática revelación - Jesús confirma que es el Mesías
Título: Ser discípulo, parte III
Texto Bíblico base: Mateo 16:13-28

En el devocional de hoy examinaremos el segundo elemento mencionado por Cristo como condición para ser discípulo de él. El primero, indicaba que la dirección a seguir necesariamente requería que le demos la espalda al camino que veníamos recorriendo hasta el momento de encontrarnos con el Hijo de Dios. Este cambio no se refiere solamente al camino en sí, sino a todos los elementos que formaban parte de ese camino, las prioridades, los objetivos, las preferencias y los valores. La nueva vida que Cristo propone no puede ser construida sobre la antigua, sino que esta última debe ser destruida para dar lugar a algo enteramente diferente a lo que hasta el momento erróneamente se llamó vida.

La segunda condición que menciona Cristo en su «definición» del verdadero significado de discípulo es la disposición de tomar la cruz. Una vez más nos encontramos frente a la frustración de no encontrar parámetros en nuestro mundo moderno para entender las implicaciones de esta dramática frase. En nuestro entorno la cruz es un inofensivo símbolo decorativo en algunos edificios o para un colgante o un par de aretes.

Los Doce, sin duda, deber haber experimentado consternación al escuchar que el llamado a ser discípulo constituía una invitación a cargar una cruz. Ninguno de los presentes tendría alguna duda acerca del significado de estas palabras, pues los romanos llevaban más de cincuenta años utilizando la crucifixión como un cruel instrumento para la ejecución de prisioneros y criminales. Aquellos que habían transitado por las polvorientas rutas de Israel seguramente se habrían cruzado, en algún momento, con la grotesca escena de hombres agonizantes sobre las rústicas cruces levantadas a las salidas de las ciudades. Sabían que los únicos que cargaban una cruz eran los reos sentenciados a muerte, mientras se dirigían al lugar determinado para su cruel ejecución. En el camino se amontonaban las multitudes que, entre insultos y burlas, sumaban humillaciones al condenado.

¿Cómo se podía entender, entonces, que en medio de tanta aclamación popular se hable de un tema tan claramente asociado con el desprecio y la condenación? Es precisamente la contradicción entre una condición y la otra la que llevó a Pedro a intentar disuadir al Señor de transitar un camino de profundo sufrimiento. Jesús, sin embargo, estaba señalando a los discípulos que este destino no estaba solamente reservado para él, sino para todos aquellos que escogieran unir su vida a la del Hijo de Dios.

El sufrimiento, aunque difícil de experimentar, es una de las marcas que distingue y confirma la condición de discípulo. Es el resultado inevitable de haber unido la vida a Uno que confronta, en todas las áreas, al sistema instalado en y aceptado por el mundo en que vivimos. No es posible convivir en armonía con ambas realidades, pues el uno está contra el otro. Jesús advertía a los que estaban cerca de él que en sus seguidores debía existir la disposición de soportar humillaciones, vituperios, incomprensiones, abandonos y aun muerte, por causa del Cristo. Al igual que lo haría con Saulo, les estaba mostrando cuánto debían «padecer por mi nombre» (Hch 9.16).

A la negación y la disposición de llevar la cruz Cristo añade una última condición. ¿Cuál es? ¿Por qué razón la negación y el sufrimiento preceden a esta última?

Devocional (2) 31, de Julio de 2007

JULIO 31, 2007
Ser discípulo, parte II
La aventura de caminar con Jesús nunca será plenamente nuestra hasta que estemos dispuestos a darle la espalda a aquello que, en otro tiempo, considerábamos bueno e importante.

Dramática revelación - Jesús confirma que es el Mesías
Título: Ser discípulo, parte II
Texto Bíblico base: Mateo 16:13-28

Nuestro estudio de la vida de Jesús nos ha traído hasta una de las frases más conocidas de Cristo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame». La frase, dirigida a la multitud de personas que se agolpaban alrededor del Mesías, posee una claridad y una contundencia que no dejan lugar a dudas acerca de su significado. En unas pocas palabras Jesús aclaró que ser discípulo implicaba mucho más que responder a la atracción momentánea que podía tener una figura que gozaba de gran popularidad entre los israelitas. Ser discípulo implicaba abrazarse a un estilo de vida que poseía matices radicales.

El fundamento sobre el cual descansa esta experiencia de ser discípulo es el sacrificio personal. La negación de uno mismo, sin embargo, solamente resulta comprensible cuando forma parte de una respuesta a la visión de algo mayor a uno mismo. La esperanza de una vida llena de significado está encerrada en la persona de Jesús y la promesa de aventura que promete la sencilla y contundente invitación: «sígueme». De este modo, nuestro sacrificio es respuesta al sacrificio que él primeramente ha realizado a nuestro favor al presentarse ante nosotros con esta propuesta.

Negarse uno mismo suena extraño en nuestra presente cultura, que tiene como objetivo asegurar, por todos los medios posibles, el bienestar propio. Aun las incomodidades más insignificantes, como estar en pie en el tren o esperar para que nos atiendan por teléfono, con frecuencia afectan adversamente nuestro humor, como si estuviéramos pasando por una intolerable tribulación. Arrastrados por la tendencia de considerarnos siempre víctimas, más bien creemos que es nuestro deber luchar para asegurar que se respeten y garanticen nuestros derechos.

No hace falta señalar que esta actitud es esencialmente contraria al llamado de Cristo, que invita a que le demos la espalda a todo lo que, hasta el momento, ha sido prioritario en nuestras vidas. Al adoptar esta postura no hacemos más que imitar el ejemplo del Hijo de Dios, «no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo... y se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte» (Fil 2.6, 7).

El fundamento necesario para ser un discípulo es también el obstáculo más grande para una vida comprometida con Cristo. Los evangelios proveen muchos ejemplos de personas que presentaron una diversidad de excusas para justificar que no podían seguir a Jesús incondicionalmente. Su respuesta, la cual sirve como reflejo de nuestras propios condicionamientos, nos ayuda a ver cuán fuerte es en nosotros el querer asegurar el beneficio sin estar dispuestos a ceder en nada en cuanto a nuestro presente estado. Para muchos de nosotros la vida cristiana constituye un medio para agregarle algún bien adicional a la vida que ya vivimos. No obstante, la aventura de caminar con él nunca será plenamente nuestra hasta que estemos dispuestos a darle la espalda a aquello que, en otro tiempo, considerábamos bueno e importante.

La negación es el primer paso para constituirse en discípulo. ¿Cuál es el segundo? ¿Qué implicaba para los discípulos esto? ¿Por qué Cristo consideró importante mencionar este segundo paso?

Devocional (1) 30, de Julio de 2007

JULIO 30, 2007
Ser discípulo, parte I
Nadie se convierte en discípulo por estar merodeando alrededor de la persona de Jesucristo sin haber asumido un verdadero compromiso con él.

Dramática revelación - Jesús confirma que es el Mesías
Título: Ser discípulo, parte I
Texto Bíblico base: Mateo 16:13-28

Los intentos de Pedro por disuadir al Señor de emprender el camino hacia Jerusalén, adonde le esperaban tribulaciones y una violenta ejecución, proveyeron para Cristo el marco ideal para describir lo que implicaba la decisión de seguirlo. Dirigiéndose a todo el grupo, dijo: «Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame, porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará». Sus palabras describen, en términos absolutamente claros, el costo de alinearse con la causa de Cristo. En los veinte siglos transcurridos desde esta escena nadie ha podido presentar a la Iglesia una definición más precisa de lo que significa ser un seguidor del Hijo de Dios.

La descripción del Señor está dirigida a un grupo en particular: los que quieren ir en pos de él. Para entender el significado de sus palabras debemos recordar que grandes multitudes seguían a Cristo adonde quiera que fuera. Sin duda existiría una gran diversidad de motivos por los que se acercaban a él los individuos que conformaban estas muchedumbres. Una gran mayoría, sin duda, no eran más que los curiosos que siempre están presentes en cualquier ocasión que manifiesta matices diferentes a los de la vida cotidiana. Otros, quizás, eran personas que, por esas vueltas de la vida, estaban presentes en el mismo lugar y momento que Cristo pasaba por la región. Algunos más habrían llegado porque sus amigos, vecinos o conocidos les habían convencido de acercarse para ver al hombre que, en este tiempo, estaba en boca de todos.

En medio de esta aparente gran popularidad no hemos de dudar que los discípulos sentían cierto orgullo por pertenecer al grupo más íntimo de seguidores de Jesús. En un sentido, era el hombre del momento y el haber sido escogidos como sus discípulos les otorgaba cierto prestigio. No obstante, ser contado entre la multitud de personas que constantemente giraban en torno del Mesías no convertía a nadie en discípulo y era necesario que Cristo definiera con toda claridad lo que significaba ser un seguidor de él. Del mismo modo hoy, nadie se convierte en discípulo por estar merodeando alrededor de la persona de Jesucristo sin haber asumido un verdadero compromiso con él.

El deseo de ir en pos de él, sin embargo, presupone que él se ha revelado a nosotros y que, de alguna manera, nos ha seducido con una propuesta de vida que es más genuina y profunda que aquella que hemos logrado elaborar por nuestros propios medios. El concepto popular que afirma que nos encontramos en una búsqueda del Señor niega el hecho de que nuestra «búsqueda» ?el deseo de ir en pos de él? es respuesta a que él primeramente se ha manifestado al mundo que transitamos a diario. Nuestra decisión no es más que la respuesta a la iniciativa de Dios.

Cristo identificó tres elementos cruciales para sus discípulo. Observe el orden en que los menciona. ¿En qué contradicen los primeros dos los conceptos populares sobre lo que significa ser un discípulo? ¿Qué implica el cumplimiento de esta condición en nuestra vida?

miércoles, 13 de junio de 2007

MUJER CRISTIANA

MUJER CRISTIANA
La proyección del ministerio a la mujer
por Elsa Ramírez de Aguilar
Cuando se habla de ministerio femenil la mente sólo se ubica en el servicio que las mujeres dan a mujeres. La mayoría de las veces se limita a una asistencia de carácter eclesiástico, que persigue velar por las mujeres en el área espiritual.

Este enfoque es muy pobre de todo lo que como mujeres no sólo se puede hacer como miembros del cuerpo de Cristo, sino también en la asistencia que se puede ofrecer a las mujeres para su vida integral, ya sean ellas creyentes en Cristo o no.

La limitación del encauzamiento ministerial se podría comparar con lo que en las enfermedades oftalmológicas se conoce como la miopía. Esta es una deficiencia física del alcance de la visión de algunas personas. La posibilidad de ver con claridad se limita a una distancia de centímetros del ojo. A largo alcance no hay visibilidad individualizada, sólo sombras.

De igual forma, el ministerio femenil que comúnmente se desarrolla dentro de la iglesias es en vías de satisfacer las necesidades que están sólo aquí enfrente. La gran mayoría de ellas se divisan por tradición, aunque no necesariamente se estén enfocando o en verdad viendo. Eso mismo lleva a una generalización de necesidades, desvirtuando la importancia de ser específicas con el servicio que se ofrece. Entonces se habla de necesidades espirituales, sociales, emocionales, pero no se definen específicas, y no tienen la atención especial que requieren.

Es necesario corregir el enfoque ministerial como mujeres. Así como para ayudar a los ojos de corta proyección se usan lentes que dirigen el enfoque amplio, el servicio femenil también necesita rectificar su visión del ministerio que como mujeres es desarrollado. Para ello es necesario que la visión sea ampliada.

I. La proyección se basa en una visión específica

A. La visión completa (Jn 4.35)

Después que el Señor habló con la mujer samaritana, los discípulos regresaron a él trayéndole comida. La falta de apetito físico de Jesús en ese momento los asombró, pues ellos consideraban que esa era la necesidad urgente que debían satisfacer para él. Es en medio de esta confusión que él los invita a desvestirse de la miopía ministerial y con ello a hacer dos acciones que toda mujer necesita hacer para cumplir su parte dentro del ministerio a las mujeres.

Alzad vuestros ojos. Esta invitación del Señor es a dejar de ver las necesidades que descansan sobre la punta de la nariz, y a contemplar el panorama completo. La palabra aquí traducida alzad está en una forma imperativa que implica que se comience a hacer algo. Eso significa que en la práctica, los discípulos estaban lejos de tener sus ojos enfocados en el panorama general y se encontraban sólo viendo lo inmediato, lo urgente: la comida del Señor. El reto para ustedes mujeres es que deben levantar sus ojos de aquello que desde su perspectiva son las necesidades de las mujeres, a lo que es la realidad integral de la mujer cristiana. El llamado a levantar los ojos implica dejar una actitud de indiferencia, despertar a una verdad a la cual en gran manera se ha estado ajena, a tomar conciencia, y por lo tanto, tomar acción práctica en el involucramiento dinámico del servi-cio. Es el llamado a poner el enfoque en el lugar correcto, como la ayuda que los lentes dan en los casos de miopía.

Mirad. El Señor demandó de sus discípulos algo más que un simple movimiento físico para un cambio de enfoque de la vista. No solamente se necesita un panorama completo, sino también una visión específica. Para ello el Maestro usó una palabra que describe la acción de ver con actitud de contemplamiento. Es la acción de observar de manera que se puedan percibir los detalles, las minucio-sidades. Es un desafío a no sólo darse cuenta, sino a darse por aludidas. En otras palabras, debe ser de su incumbencia. De nuevo el Maestro usó una forma imperativa que implica que algo debe comenzar a hacerse. Ha llegado el momento de dejar de soslayar e interesarse en las realidades totales, si ha de ocuparse en ministrar a mujeres.

B. La visión específica (Ef 4.11-13)

Uno de los privilegios que se tiene como miembros del cuerpo de Cristo es que ninguna mujer que sirve a otras puede tener visiones individuales de lo que es el ministerio. La visión específica del ministerio a la mujer no puede ser según la perspectiva personal, sino según la perspectiva de Dios. Eso implica que se debe tener una visión común. Esa visión común no es algo ajeno, ni tampoco algo desconocido. El Señor ha tenido el cuidado de darla a conocer y se encuentra en Efesios 4.11-13. Cuando se lee el versículo 11 por lo general se tiende a ver como si este principio estuviera enfocado a un liderazgo meramente masculino. Casi nunca se aplica este pasaje al ministerio desarrollado por mujeres. Sin em-bargo, dentro del cuerpo de Cristo no se tiene sólo líderes varones. Tampoco se puede negar que las capacidades de liderazgo que cada mujer desarrolla, proviene del Señor. Eso sería una contradicción a la afirmación de Pablo en 1 Corintios 12.11. Por lo tanto, Efesios 4.11 incluye a mujeres dotadas por el Espíritu para ejercer funciones de liderazgo dentro del cuerpo de Cristo. Teniendo esto claro, se ha de decir que el liderazgo que se ejerza, el ministerio que se desarrolle, ya sea este pastoral, de enseñanza o de evangelismo, va hacia un fin determinado: «Con la proyección de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto» (Ef 4.12-13). Cada líder femenil podrá dirigir sus esfuerzos a metas urgentes que considere importantes para ayudar a la mujer en medio de sus múltiples circunstancias. Eso es bueno, pero debe ser cuidadosa de no desenfocarse de su prioridad por la cual el Señor le ha dado tan grande privilegio de servir a otras, y que constituye la visión específica: Que cada mujer en Cristo alcance la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef 4.13).

Pablo es cuidadoso en dar un proceso por el cual se ha de dirigir hacia la madurez en Cristo:

  1. Involucrar a cada creyente en la obra del ministerio. Esto implica que la tarea de la líder es dirigir a su discípula a ubicarse dentro del ministerio de la iglesia. (En ninguna manera es amamantar a un bebé indefinidamente, como suele darse en algunos grupos de estudio bíblico, donde solamente se benefician con la presencia mutua una vez por semana durante largos años.)
  2. Identificarla plenamente con el cuerpo de Cristo como resultado de su participación en los diferentes aspec-tos ministeriales. (¡Cuidado con los ministerios femeniles que tienden a la desunión!).
  3. Ayudarla a progresar y crecer en el conocimiento del Señor Jesús, hasta alcanzar la madurez plena. Eso es en realidad lo que hará capaz a cada mujer de enfrentar las distintas circunstancias de su vida, teniendo muy en cuenta su estado en Cristo.

II. La proyección se desarrolla a través de una planificación integral

Toda visión específica puede lograrse a través del desarrollo de una planificación integral. No sólo es suficiente saber qué queremos lograr con el ministerio que desarrollamos, sino también cómo lo vamos a alcanzar. El cómo es lo que corres-ponde a la planificación. Aquí se debe aclarar que hay diferencia entre planificación y calendarización. La planificación corresponde a definir estrategias para lograr la visión, mientras que la calendarización se proyecta a sólo llenar un calendario con actividades que no necesa-riamente se proyectan a un fin específico y que contribuyan unas con otras.

Es interesante considerar la perspectiva que Dios tiene del ser humano. Siempre se enfoca en él como un ser integral, cuyas características forman parte de un todo. Por lo contrario, cuando se considera a la gente desde la perspectiva humana, existe la tendencia a enfocarse en áreas particulares que componen la vida, ya sean de carácter físico, emocional o espiritual. La tendencia es independizar un aspecto del otro. Difícilmente se procede a pensar en una persona como un ser integral, y mucho menos se enfoca el ministerio cristiano en vías de satisfacer las necesidades de alguien como aspectos de un todo. Es frecuente que el servicio cristiano se enfoque a llenar necesidades de carácter espiritual, como si estas existieran de manera independiente en una persona. Cuando el teólogo Lucas describió la personalidad y desarrollo de Jesús siendo niño, lo hizo desde una perspectiva completa que incluía las distintas facetas de su individualidad (Lc 2.52). Desde la perspectiva del relator, el niño no sólo desarrollaba aspectos espirituales, o físicos, sino todos los que correspondían a su ser integral. El escritor describe especí-ficamente cuatro áreas en las cuales crecía: sabiduría (intelectual), estatura (física), en gracia para con Dios (espiritual), en gracia para con los hombres (social).

De la misma manera, un ministerio que se proyecta correctamente debe incluir todos los aspectos de la vida de la persona. No se puede decir que se cumple a cabalidad un servicio que se enfoca en personas si todas las particularidades de un individuo no son consideradas. Por lo tanto, la planificación que se haga para alcanzar la visión de presentar a toda mujer perfecta en Cristo se hará orientada hacia esa totalidad del ser de cada una. Desde esta perspectiva se considerará la planificación del ministerio a la mujer dentro de cuatro aspectos principales. Aunque el presente estudio se limita a estos, es necesario aclarar que existen todavía otras áreas que han de incluirse y considerarse con seriedad.

A. La mujer es un ser intelectual

Es de mucho valor que tengamos conciencia de este aspecto. La mujer cristiana es una persona que puede crecer en sabiduría, especialmente desarrollar e involucrarse seriamente en el estudio responsable de la Palabra de Dios. Algunos aspectos que deben ser parte de la estrategia para el crecimiento integral de la mujer son:

  1. Desarrollar programas específi-cos de alfabetización
  2. Fomentar el desarrollo acadé-mico de la niña y la mujer
  3. Establecer programas de prepa-ración bíblico-teológica para la mujer
  4. Fomentar la lectura a través de bibliotecas y librerías locales

B. La mujer es un ser fisiológico

¿Cuántas de las mujeres que ustedes ministran carecen de una dieta balanceada? ¿Cuántas de estas son madres que trabajan más de doce horas, a la vez amamantan niños, pero nunca ingieren una vitamina suplemen-taria? ¿Cuántas de ellas están anémicas, enfermas, sin asis-tencia médica? ¿Cuánto de todas estas realidades le importan a usted de verdad? El ministerio del Señor Jesús fue un ministerio que siempre tuvo en cuenta y dio tiempo a las realidades físicas de sus segui-dores. Amplio es el relato de la intervención del Señor en la satisfacción de necesidades físicas, tanto de salud como de sustento y abrigo. No sólo los evangelios transmiten esta idea. Los escritos apostólicos también retan a la preocupación por las necesidades físicas de los creyentes (véase Stg 2.15-17; 1 Ti 5.5-9). Si se quiere alcanzar una madurez plena en las mujeres, se deben también desarro-llar estrategias que contribuyan a su salud física, que por ende redundará en su salud emocional.

  1. Proveer de vitaminas
  2. Desarrollar programas de asis-tencia médica
  3. Promocionar ayuda sistemática para necesidades básicas

C. La mujer es un ser social

Amplia es la problemática social de la mujer latinoamericana. Poco es lo que en realidad la iglesia está haciendo para ayudarla en medio de la polifacética vida que le toca vivir. ¿Y qué decir del ministerio feme-nil?, que se enfoca en menor escala a aliviar las duras cargas sociales que a la mujer le toca llevar. ¿Qué estamos haciendo para impedir la discriminación de la mujer? ¿Qué hacemos para combatir el machismo en los hogares? ¿Cuánta disposición hay de prestar apoyo a las mujeres que sufren maltrato físico? ¿Cuántas madres solteras hay en su iglesia?, ¿a cuántas de ellas se les da la asistencia que necesitan? Es impera-tivo que el ministerio a la mujer incluya una asistencia social que la dirija a crecer en gracia para con su sociedad. No se habla aquí sola-mente de aliviar situaciones, sino de buscar soluciones. Es necesario dar una perspectiva diferente de quién es la mujer y cómo debe tratársele. Para ello se sugieren:

  1. Establecer oficinas de asisten-cia social, legal y psicológica
  2. Jornadas de orientación de salud y social
  3. Desarrollar estudios bíblicos que enseñen la dignificación de la mujer
  4. Dar orientación vocacional y profesional
  5. Proveer de lugar y ubicar a la mujer que labora fuera de la casa

D. La mujer es un ser espiritual

Esta área es en la que más se enfoca el ministerio femenil, pero siempre con deficiencias.

  1. Desarrollar programas de oración
  2. Implementar estudios bíbli-cos inductivos
  3. Desarrollar una pastoral per-tinente (no de conveniencia al machismo, que demanda de ella pasividad)
  4. Cultivar la comunión y apoyo mutuo
  5. Propiciar el evangelismo per-sonal y comunitario
  6. Darle un lugar de capacitación y ministerio a la mujer que por distintas circunstancias labora fuera de su casa

El ministerio femenil a la mujer debe proyectarse a una visión específica que consiste en la misma que el Señor estableció: Que toda mujer cristiana alcance la estatura de Cristo. Esto debe desarrollarse a través de un plan de trabajo que se dirija a la satisfacción plena de las necesidades de la mujer como un ser integral. Un trabajo semejante de-manda que todo ministerio femenil a la mujer esté bajo la dirección y planificación de mujeres que sirvan de tiempo completo en esta labor pastoral.