sábado, 25 de agosto de 2007

Devocional (5) 03, de Agosto de 2007

AGOSTO 3, 2007
Ser discípulo, parte V
El Hijo de Dios nos llama a ser copartícipes en la vida, no espectadores pasivos que esperamos con resignación algún golpe de «suerte» que nos permita mejorar la calidad de nuestra existencia.

Dramática revelación - Jesús confirma que es el Mesías
Título: Ser discípulo, parte V
Texto Bíblico base: Mateo 16:13-28

Hemos estado considerando, en estos días, la descripción de Cristo en la que presenta los requisitos para aquel que desea ser su discípulo. Mediante el uso de expresiones que no dejaban lugar a la duda en cuanto a su significado, aclaró que aquellos que elegían seguirlo debían estar dispuestos a pagar el precio: un sacrificio tanto personal como social. Como mencioné en el devocional de ayer, más de uno podría pensar que el precio era demasiado excesivo en comparación al beneficio obtenido.

Para remover toda duda al respecto, Jesús escogió ampliar el sentido de sus palabras, ofreciendo una explicación adicional sobre los frutos, a largo plazo, de un sacrificio momentáneo en la vida de quienes lo seguían. «¿De qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué dará el hombre a cambio de su alma?, porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras».

Sus palabras resaltan el hecho de que muchas veces nuestras decisiones se basan en los beneficios inmediatos que vamos a obtener, pero dan poca consideración a las consecuencias que solamente se verán con el pasar del tiempo. Podríamos, por ejemplo, callarnos la boca frente a algo inmoral en el trabajo para no perder el afecto de nuestros compañeros, desatender a nuestros hijos por asegurar el bienestar económico de la familia o improvisar nuestra clase de Biblia para no perdernos algún capítulo de nuestra telenovela favorita. En cada una de estas decisiones habremos asegurado un bien momentáneo a costas de un perjuicio a largo plazo. En el trabajo, por ejemplo, tendremos amistad, pero no respeto. En la casa tendremos bienestar económico, pero nuestros hijos serán como extraños para nosotros. En el ministerio de enseñanza habremos entretenido a la gente, pero no impactado sus vidas.

Jesús deseaba ayudar a los discípulos a entender que la decisión de darle la espalda al mundo y los valores que sostienen el sistema perverso que la conforma tiene consecuencias eternas. Podremos perder prestigio, convirtiéndonos en objetos de burla, rechazo o persecución, pero la decisión tomada alimentará y fortalecerá nuestras almas, que es la única parte de nuestra humanidad que perdura para siempre. La gran tragedia que acompaña el aparente «progreso» del hombre es que cada vez descuida más el aspecto espiritual de su existencia, el cual es indispensable para experimentar una vida plena y abundante.

La invitación a convertirse en discípulo de Cristo constituye algo mucho más profundo que la decisión de descartar algunos elementos que no aportan nada a nuestra existencia. Es una invitación a vivir la vida en serio, asumiendo el rol de participantes en la aventura que nos ha sido preparada. Es un llamado a proclamar que Dios nos llamó a ser, antes que hacer. El Hijo de Dios nos llama a ser copartícipes en la vida, no espectadores pasivos que esperamos con resignación algún golpe de «suerte» que nos permita mejorar la calidad de nuestra existencia. «Síganme a mí», nos dice Jesús, «y la vida jamás resultará aburrida o insulsa». No tenemos más que mirar sus tres años de ministerio entre los judíos para darnos cuenta de que esta es una invitación que vale la pena aceptar.

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