Dos de mis hermanas y un grupo de personas se trasladaron a Majaguaña, un lugar de la selva amazónica venezolana, para tener una corta experiencia misionera entre los indígenas de la zona. Lo que nunca imaginaron fue que un paradigma actual que domina muchas vidas, no formaba parte de aquella etnia.
Una de mis hermanas, rubia de ojos verdes, fue considerada como una persona fea, mientras que mi otra hermana y una de sus amigas fueron consideradas hermosas, esto debido a que ellas eran de piel morena, ojos y cabellos oscuros.
Ninguna de ellas dos era una miss Hollywood de alta estatura, cuerpo perfecto, ojos azules y cabello rubio, Sin embargo, calificaron bien entre los nativos.
Somos nosotros mismos los que hemos creado patrones de lo que es bello y de lo que no lo es. Se dice que estamos en la era de la imagen: “dime como te ves, y te diré si vales algo”, “tráeme tu currículo, veo tu foto, y si eres bonita, te contrato”. Hoy, la forma del empaque, cuerpo o carcaza, importa más que el contenido.
Pero ¿acaso no fue el mismo Dios el que dijo que Él no veía las apariencias sino el corazón? El sobrepeso, acné, color de ojos, piel, cabello, el uso de anteojos, ser delgado o alto, ser bajo, tener bigotes, nada de eso es indicador de belleza, porque la verdadera hermosura está en el corazón. Redefine en tu mente la palabra belleza, mírate como Dios te ve, y valora más a los demás por lo que son y no por su apariencia.
¡La Santidad de Dios es nuestra hermosura, aunque el mundo crea que es locura!
Ángel Daniel Torrellas
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