Creo que todas hemos vivido momentos en que la ansiedad y el temor nos han acechado. Esto es parte del proceso normal de la vida. Lo importante es cómo lidiamos con esos momentos.

Mi hijo de cuatro años corre hacia nosotros; uno de sus padres, cada vez que enfrenta algo que le provoca temor o intranquilidad. Cuando esto sucede, yo no lo veo mal. No lo regaño porque ha sentido algo que no entiende o que le asusta. Lo que hago es preocuparme por él. Le hablo palabras de paz y seguridad. Le aseguro que estando su padre o yo allí nada le pasará, todo estará bien. Trato de hacer que su angustia y temor desaparezcan.

Sabemos que Dios es nuestro Padre Celestial, pero ¿sabías que Él reacciona de igual manera con nosotras sus hijas? Esta es una reacción sana y hasta bíblica, aunque para muchas de nosotras s una idea difícil de comprender.

Cuando pasamos momentos difíciles y llegan estas emociones, pensamos que quizá nos falta fe y que no se debe compartir con otras personas. No permitimos que nadie sepa lo que estamos pasando, y la realidad es que esa no es la reacción más sana. Recuerda que Jesús se le acercó a los enfermos y necesitados. Él vino a socorrer a los que no se puede ayudar, vino por nosotras.

Recientemente, viví un momento dificultoso. Recibí el apoyo de mi familia y amigos, pero pude comprobar que el apoyo que ninguno de ellos pudo darme el consuelo y la paz que yo necesitaba en esos momentos de preocupación y ansiedad. El Señor me llevó a algunos versículos que me ayudaron a ver la misericordia, sustento y consuelo de mi “papito” Celestial. Estos se encuentran en el Salmo 94:17-19.

Este primer versículo dice que la única ayuda que nos rescatará de las profundidades del desánimo y la preocupación es la de Jehová (v.17). Hoy en día, escuchamos como las personas reciben ayuda de su médico, psiquiatra o consejero. Esto no es malo Dios sí usa a las personas para traernos una palabra de paz o un consejo en el momento oportuno, pero no debe ser nuestra única esperanza de ayuda. Tenemos que reconocer que Dios es el que tiene el consuelo que necesitamos. No podemos depender totalmente en el hombre, tenemos que depender de nuestro Dios. Si Dios no es el que me ayuda, entonces “pronto morirá mi alma en el silencio” (v.17).

Cuando se aproximan aquellas situaciones que nos provocan ansiedad, quizá no siempre tenemos la libertad de ir a pedir ayuda. Pero con Dios podemos ir cualquier ora y gritar: “Mi pie resbala” (v. 18). ¡No entiendo esta situación! ¿Por qué paso esto en este instante? El salmista estaba consciente que a Dios no le asustan nuestras dudas. Él es el más indicado para oírlas porque es el más apropiado para ayudarnos.

Al llevarle a Dios nuestras preocupaciones, ¿cómo responde? Con misericordia. Así como yo con mi hijo respondo con amor, misericordia y preocupación, asimismo hace Dios con Sus hijas. ¿Te has sentido como si ya no pudieras dar otro paso? Él lo sabe y te sostendrá.

Sabes, cuando estamos preocupadas por algo, nuestra mente comienza a pensar a toda velocidad en soluciones, palabras adecuadas y en el porqué de las cosas. Dentro de todo este caos, viene esa voz apacible del Espíritu Santo que nos trae no regaños sino consuelo. Brinda alivio a los corazones heridos, y a las emociones destrozadas. Sus brazos de amor y paz nos rodean y sin palabras nos dicen: “Te amo, sé que por el momento no entiendes y estás dolida, pero estoy aquí y nada malo puede pasar al estar tu “papito” celestial presente. Este consuelo es el único que puede alegrar nuestro corazón.

De manera que cuando sientas temor zozobra corre hacia tu Padre Celestial. No permitas que el enemigo te haga sentir culpable por esas emociones ni que la preocupación destruya la buena obra que Dios ha comenzado en ti. Mejor, corre hacia Él y derrámale tu corazón. Él no te reprenderá. Al contrario, te recibirá con los brazos abiertos y con palabras consoladoras que traerán vida a tu alma. Te mostrará la misericordia que te sostendrá a través de aquellos momentos difíciles.