viernes, 29 de mayo de 2009

Devocionales: Combatiendo la ansiedad.

por Nolita W. de Theo

Creo que todas hemos vivido momentos en que la ansiedad y el temor nos han acechado. Esto es parte del proceso normal de la vida. Lo importante es cómo lidiamos con esos momentos.

Mi hijo de cuatro años corre hacia nosotros; uno de sus padres, cada vez que enfrenta algo que le provoca temor o intranquilidad. Cuando esto sucede, yo no lo veo mal. No lo regaño porque ha sentido algo que no entiende o que le asusta. Lo que hago es preocuparme por él. Le hablo palabras de paz y seguridad. Le aseguro que estando su padre o yo allí nada le pasará, todo estará bien. Trato de hacer que su angustia y temor desaparezcan.

Sabemos que Dios es nuestro Padre Celestial, pero ¿sabías que Él reacciona de igual manera con nosotras sus hijas? Esta es una reacción sana y hasta bíblica, aunque para muchas de nosotras s una idea difícil de comprender.

Cuando pasamos momentos difíciles y llegan estas emociones, pensamos que quizá nos falta fe y que no se debe compartir con otras personas. No permitimos que nadie sepa lo que estamos pasando, y la realidad es que esa no es la reacción más sana. Recuerda que Jesús se le acercó a los enfermos y necesitados. Él vino a socorrer a los que no se puede ayudar, vino por nosotras.

Recientemente, viví un momento dificultoso. Recibí el apoyo de mi familia y amigos, pero pude comprobar que el apoyo que ninguno de ellos pudo darme el consuelo y la paz que yo necesitaba en esos momentos de preocupación y ansiedad. El Señor me llevó a algunos versículos que me ayudaron a ver la misericordia, sustento y consuelo de mi “papito” Celestial. Estos se encuentran en el Salmo 94:17-19.

Este primer versículo dice que la única ayuda que nos rescatará de las profundidades del desánimo y la preocupación es la de Jehová (v.17). Hoy en día, escuchamos como las personas reciben ayuda de su médico, psiquiatra o consejero. Esto no es malo Dios sí usa a las personas para traernos una palabra de paz o un consejo en el momento oportuno, pero no debe ser nuestra única esperanza de ayuda. Tenemos que reconocer que Dios es el que tiene el consuelo que necesitamos. No podemos depender totalmente en el hombre, tenemos que depender de nuestro Dios. Si Dios no es el que me ayuda, entonces “pronto morirá mi alma en el silencio” (v.17).

Cuando se aproximan aquellas situaciones que nos provocan ansiedad, quizá no siempre tenemos la libertad de ir a pedir ayuda. Pero con Dios podemos ir cualquier ora y gritar: “Mi pie resbala” (v. 18). ¡No entiendo esta situación! ¿Por qué paso esto en este instante? El salmista estaba consciente que a Dios no le asustan nuestras dudas. Él es el más indicado para oírlas porque es el más apropiado para ayudarnos.

Al llevarle a Dios nuestras preocupaciones, ¿cómo responde? Con misericordia. Así como yo con mi hijo respondo con amor, misericordia y preocupación, asimismo hace Dios con Sus hijas. ¿Te has sentido como si ya no pudieras dar otro paso? Él lo sabe y te sostendrá.

Sabes, cuando estamos preocupadas por algo, nuestra mente comienza a pensar a toda velocidad en soluciones, palabras adecuadas y en el porqué de las cosas. Dentro de todo este caos, viene esa voz apacible del Espíritu Santo que nos trae no regaños sino consuelo. Brinda alivio a los corazones heridos, y a las emociones destrozadas. Sus brazos de amor y paz nos rodean y sin palabras nos dicen: “Te amo, sé que por el momento no entiendes y estás dolida, pero estoy aquí y nada malo puede pasar al estar tu “papito” celestial presente. Este consuelo es el único que puede alegrar nuestro corazón.

De manera que cuando sientas temor zozobra corre hacia tu Padre Celestial. No permitas que el enemigo te haga sentir culpable por esas emociones ni que la preocupación destruya la buena obra que Dios ha comenzado en ti. Mejor, corre hacia Él y derrámale tu corazón. Él no te reprenderá. Al contrario, te recibirá con los brazos abiertos y con palabras consoladoras que traerán vida a tu alma. Te mostrará la misericordia que te sostendrá a través de aquellos momentos difíciles.

Devocionales: El contentamiento.

por Nolita W. de Theo

“¡Señor, no sé por qué me hiciste así! ¿Por qué no tengo dinero y mi esposo no me trata como yo quisiera?” ¿En alguna ocasión has dicho algo semejante? Yo sí, y estos comentarios son evidencia de una condición más profunda del corazón: el descontento.

Si no tenemos mucho cuidado, ésta puede llegar a ser una condición permanente que nos puede detener de cumplir con nuestro llamado. En pocas palabras, el descontento te paraliza.

Veamos lo que dice la Biblia sobre el descontento y el contentamiento. Tener contentamiento, junto con la piedad es gran ganancia en la vida (1 Timoteo 6:6). Recuerda que el deseo de Dios para nuestra vida es para bien. N es su voluntad que vivamos descontentas y frustradas.

El contentamiento no es, usualmente, un estado natural del ser humano. Generalmente pensamos que estaríamos mejor si nuestra situación fuera diferente, ¿verdad? Creo que esta es una de las grandes mentiras que el enemigo ha logrado que toda una generación de mujeres se crea. En nuestros tiempos muchas veces se nos indica que si no ejercemos una carrera, si no contamos con más dinero y bienes materiales, si no tenemos más tiempo, si no tenemos el cuerpo como aquella modelo, entonces es casi imposible sentirse realizada y contenta. A muchas se les ha enseñado esta doctrina del contentamiento desde pequeñas y es difícil cambiar la mentalidad.

En Filipenses 4:11 logramos ver que aun el apóstol Pablo tuvo que aprender a tener contentamiento en “cualquiera que sea mi situación”. Esto me impacta porque sé que el apóstol Pablo llegó a encontrase en situaciones sumamente difíciles y si él pudo aprender a estar contento en medio de ellas, creo que cualquiera, incluyéndome, podrá aprender lo mismo.

Es fácil dejarnos llevar por nuestras emociones negativas que llegan como reacción natural ante una situación difícil incómoda, pero la decisión de estar contenta y tranquila tiene que producirse en nuestra mente y espíritu. Estas emociones negativas pueden llegar a ser un torrente tan fuerte en tu vida que arrasa con todo lo bello que Dios quiere edificar en ti. Si te dejas llevar por ellas, llegan a ser un hábito destructivo.

En Hebreos 13:5 nos dice que nuestras costumbres deben ser sin avaricia, “contentos con lo que tenéis ahora”. ¿Cómo puedo estar contenta con lo que tengo ahora? En seguida vemos el secreto “Porque Él dijo: No te desampararé, ni te dejaré” Ésta es una excelente razón para no permitir que el descontento controle tu vida, ¿no crees?

¡Dios mismo esta contigo! Él conoce tu necesidad y sabe cuáles son los deseos de tu corazón. Al tomar la decisión de mantener el buen hábito del contentamiento, tenemos la plena confianza de que Dios nos está apoyando.

Quiero mencionar una clase de descontento que menciona la Biblia. La encontramos en Salmos 17:15 y dice así: “Estaré satisfecho cuado despierte a tu semejanza”. Lo único que debe llenarte de descontento, en el buen sentido de la palabra, es e deseo de parecerte más a Jesús. Al ver cuánto nos falta para llegar a la madurez espiritual, nuestro corazón debiera llenarse con el deseo de hacer todo por conocer más y parecernos más a nuestro precioso Salvador. Ya n será tan trascendente el que tenga o no ciertos bienes, el esposo “perfecto”, la ropa más cara, una carrera “exitosa” o el cuerpo de Barbie, cuando he logrado captar mi imagen en el espejo de Su Palabra, y nuestro enfoque cambie de los deseos míos a los deseos suyos.

Nuestra realización como mujer no depende de las personas o las posesiones que nos rodean. Todo viene de Él. Hermana, si te encuentras en la gran trampa del descontento, permite que la Palabra renueve tu mente y corazón. Toma la decisión de cambiar, con la ayuda de Dios, aquellas costumbres y hábitos del descontento. Pongamos mejor nuestros ojos en Él.

Busquemos las cosas de arriba no la de este mundo ya que éstas pasarán (Colosenses 3:12). Es decir, no tienen peso eterno. Pidámosle a Dios que vaya formando cada día su imagen en nosotras, porque allí es donde encontramos el contentamiento, ¡y eso sí que es una gran ganancia!